"Sin Derella"
("Cenicienta")
PRIMERA PARTE.
Leopoldo IV no era el rey más justo ni el más piadoso, pero era un rey alegre. Él (y sólo él) era el gobernante supremo del Reino Feliz. En realidad, el reino no era más feliz que cualquier otro. Incluso tenía unas tasas de delincuencia, pobreza y prostitución más elevadas que el reino vecino. Simplemente se trataba de una estrategia del rey para abrir nuevos caminos en el ámbito turístico.
Esa mañana el Rey irrumpió en la habitación de su hijo, el Príncipe Rufus, y comenzó a descorrer las cortinas, dejando entrar la cegadora luz de los primeros rayos mañaneros.
- ¡Despierta, hijo!- Dijo el Rey Leopoldo tirando de las sabanas y dejando al Principe con su pijama de coronitas estampadas al aire.
- ¡Ahg! Dijo el Príncipe, apretando los parpados con fuerza para evitar que la luz le quemara las retinas.- ¿Qué hora es?
- Las ocho y cuarto.
-Pero, ¿Estás loco? Nunca me levanto antes de las once, papi...-Dijo Rufus, cogiendo a tientas la sábana y tapándose rápidamente hasta la cabeza.- Además, ayer me acosté tarde. Anoche estuve...
- Ya se donde estuviste.- Atajó el rey.- Nestor te encontró en el jardín frontal a las seis de la madrugada hablando con las ardillas, borracho como una cuba. Pero da igual. Esta noche se acabarán las noches de juerga para siempre.
-¡¿Qué?!- Dijo el Príncipe, incorporándose al instante.
- Esta noche es el Gran Baile, ¿recuerdas?- El baile al que asistirán todas las doncellas casaderas del reino. El Baile en el que elegirás a una chica para que se convierta en tu esposa y así poder sucederme como rey.
- Ah, ESE baile.- Respondió el Principe sin mucho ánimo.- Pero papi, me gusta mi vida tal y como está. Me gusta salir a beber hasta caer de espaldas, me gusta tomar las sustancias extrañas que venden los duendes, me gusta pasar la noche con chicas y me gusta pagar para conseguirlo.- El Príncipe Rufus se levantó de la cama de golpe, señalando amenazante a su padre con la mano derecha.- No pienso renunciar a este estilo de vida por mucho que digas. Haré lo que me venga en gana, cuando me venga en gana y...Espera, ¿has dicho rey?
Cenicienta se encontraba limpiando la chimenea de la sala de estar, como todos los viernes por la tarde. Y, como todos los viernes por la tarde, volvía a tener la cara llena de hollín. Este hecho no estropeaba demasiado el conjunto de su aspecto. No porque su belleza fuese tan arrolladora que una insignificante mancha de ceniza en su rostro resultase insignificante. Simplemente, no había nada que estropear.
Cenicienta no era , como se dice comúnmente, "llamativa" a simple vista. Si su madrastra le hubiese permitido asistir al instituto, habría sido de esas chicas que, durante el Baile de Primavera, permanecen sentadas junto a la mesa del ponche mirándose los zapatos mientras el resto de estudiantes bailan.
De repente, la puerta de la sala de estar se abrió y la Madrastra apareció vestida de traje de fiesta (el cual dejaba ver un escote muy estropeado por los años). Al acercarse a Cenicienta, adoptó una pose de pedante superioridad y dijo:
- ¿Has terminado ya?
- He tardado más de lo normal, pero sí.- Dijo Cenicienta- Me ha costado más tiempo porque he tenido que desatascar a una tía con un paraguas y a un par de niños que se habían quedado atrapados en el conducto del...
- Con un simple "sí" hubiese bastado.- Respondió tajante la Madrastra.- Tus hermanastras y yo vamos a salir al baile que organiza el rey para desposar a su hijo Rufus. Espero que hayas terminado el resto de tus tareas para cuando volvamos.- Y se dirigió contoneándose hacia la puerta de salida. Antes de abandonar la habitación, se volvió hacia Cenicienta, sonriendo.- Con un poco de suerte, desde mañana tendrás que cocinar para una persona menos.
Pasadlo bien- Dijo Cenicienta, forzando una sonrisa. La puerta se cerró con un portazo.- Malditas arpías snobs- Añadió.
"Como siga un minuto más en esta condenada casa, voy a volverme tan loca que empezaré a ver visiones", pensó Cenicienta mientras se acudía las cenizas del vestido. "¡Si hasta hablo con los ratones que me encuentro por los rincones! Ojala pudiera salir de aquí y olvidarme de esa vieja víbora y sus consentidas..."
De repente, una luz cegadora invadió la habitación. Cuando Cenicienta se acostumbró a la nueva iluminación, consiguió distinguir la figura de una mujer delante suya.
-¿Pero qué...?- Comenzó Cenicienta.
- No sufras, niña. Estoy aquí para solucionar tus problemas. Soy tu Hada Madrina- Dijo la mujer.
Cenicienta observó atentamente la iluminada figura y luego se sentó sin fuerza en una silla cercana. Sin apartar los ojos de la figura femenina que permanecía de pie frente a ella, murmuró:
- Loca del todo...
Continuará...